Todos hemos desarrollado comportamientos o actitudes que nos han hecho miserables de algún modo. Y aunque hayamos sido conscientes de su “sobrepeso”, no hemos podido neutralizar su influencia. ¿Qué hacer, intentar obstinadamente el cambio, o aceptar este presente imperfecto?.
Si los mensajes positivos de instagram funcionaran, la sociedad no seguiría aumentando, año tras año, el consumo de antidepresivos. El “post motivacional” de un individuo que cuenta su historia de éxito a calzón quitado, genera una fantasía en aquel lector que necesita un “yo futuro” diferente. Su presente le pesa, por eso se arroja a la lectura rápida de textos que le hagan sentir cierta esperanza. ¿Pero cuántas veces no habrá visualizado ese mensaje, o esa ecuación del todo conocida para él, sin ver siquiera un ápice de cambio en su vida?. Que si el cerebro es plástico. Que si Ramón y Cajal ya lo decía. Que el cerebro cambia, y solo tú, tienes el poder de hacerlo. ¿Saber que el cerebro humano es, hasta cierto punto, maleable, nos permite asegurar que podamos desarrollar cualquier capacidad, o desarticular cualquier miseria personal? ¿Es posible una “metamorfosis cerebral” sólo mediante la voluntad? ¿Es mejor el “yo futuro” que el presente real?
Ramón y Cajal proponía, recogiendo la idea de William James, que la maleabilidad del comportamiento del ser humano debería estar asociada a una correspondiente plasticidad neural. Desde finales de los años 60 se ha ido acumulando cierta evidencia de que, efectivamente, tal y como visualizaba Ramón y Cajal, el cerebro sigue modificándose anatómica y funcionalmente durante toda la vida. Pero, ¿hasta qué punto podemos “editar” nuestras tendencias y capacidades? Cuando moldeamos nuestro cerebro por medio de la repetición, ¿generamos nuevos caminos neuronales? ¿Podemos borrar caminos neuronales antiguos?
Metafóricamente nuestros comportamientos y actitudes se han ido labrando en la tierra. Los surcos en la tierra dirigen el agua y el cauce se hace más profundo con la corriente. Así se forman los ríos. Sólo una lluvia torrencial podría desbordar el cauce. Nuestros hábitos de comportamiento se podrían ver así; surcos neurales que generan una disposición determinada. Podríamos hacer un nuevo cauce por donde discurrieran, eventualmente, las aguas. No sería fácil, porque tendríamos que aplicar una fuerza nueva y extraordinaria con una gran desventaja: el cauce antiguo no desaparecerá, quedará aletargado. Esperando a ser activado si las circunstancias del entorno lo requieren. Parece que no existe ningún “Tipp-ex cerebral”.
Dando cuenta de las limitaciones de la plasticidad neuronal y que el cambio funcional, aunque sea posible, no es tan sencillo como a veces se pinta, el cerebro humano tiene una ventaja evolutiva apasionante. La plasticidad cerebral la tienen todos los organismos. Pero nosotros tenemos autoconsciencia y voluntad. No es lo mismo, a mi juicio, la plasticidad cerebral que pueda tener un gato común en su proceso de aprendizaje, a la plasticidad que genera el cerebro de una persona que supera, por voluntad, acompañamiento y trabajo, un trauma de la infancia. Desde la aparición de la filosofía, hemos imaginado nuestra posible perfección. Pero la posibilidad de cambio también genera angustia.
Veámoslo de forma contraria. Una persona consciente de su sufrimiento, pero incapaz de concebir otro estado posible. Amputada de toda posibilidad, vive con esa carga indefectible. Su suerte pertenece, según su hipotética visión, a un "orden natural" e inmutable. Tal podría ser el caso de cualquier esclavo, que no hace tanto, poblaba la tierra que ahora pisamos. Tan imposible se concebía la libertad para aquel esclavo, que el intento de emancipación, o los pensamientos de libertad, se consideraban una enfermedad mental. Samuel Cartwright, médico estadounidense, definió este trastorno mental. Lo llamó drapetomanía. Describió el protocolo de curación de estos individuos y no dejó de dar consejos a los ciudadanos de la época. La persona resignada a su fatalidad y vacía de cualquier otra posibilidad, vive soportando la carga. No sabe que es posible otra vida para sí. No hay posibilidad de cambio si no hay una representación de un "futuro".
La vida del esclavo, es para él, más predecible y cómoda (existencialmente), cuando "acepta" su puesto en la maquinaria social. ¿No perseguimos entornos predecibles por esta tendencia a “la seguridad” que compartimos con monos, impalas o marsupiales? El “futuro libre” está plagado de dudas y peligros. La emancipación nos puede costar la vida pero, el sometimiento, es, al fin y al cabo, una muerte de nuestra voluntad. He ahí la paradoja. Un cerebro con capacidad de “metamorfosis voluntaria” y a la vez un cerebro que persigue la “seguridad” y perpetuar el presente. Por un lado la necesidad de seguridad, por el otro, la posibilidad de ser (o tener) algo diferente. Y es que concebir el futuro como un “campo de caminos posibles”, nos arroja a una angustia existencial. El ser humano deja de vivir en el presente, como un organismo acabado y perfecto. Se vive como un ser-sin-acabar, una posibilidad futura, en contraposición a la oruga, el chimpancé o el serval, que viven en su presente natural. He aquí la singularidad del ser humano: su futuro artificial, su ser-posible.
Los tiempos han cambiado. La vida, en tiempos de Cartwright, estaba encauzada de principio a fin. Nacer, crecer, trabajar, casar, trabajar, parir, trabajar, morir. Hoy seguimos nuestros sueños. Transgredimos la familia, la sexualidad, el trabajo, la presencialidad. La omnipotencia que antaño atribuíamos a inertes estatuas ha sido absorbida en nuestras entrañas. Ayer, un profesor de Harvard decía estar seguro de bloquear el envejecimiento en menos de una década. ¿Vivimos un exceso de "posibilidad"? ¿Una piscina de posibilidades que hace zozobrar al menos enfocado? Sísifo no es hoy quien sube una piedra por una cuesta para ver cómo, indefectiblemente cae y tiene que retomar su eterno castigo. Sísifo es un buscador de oro presa de su éxito. un buscador que encuentra por fin el tesoro perdido. Es tan abrumadora la montaña de joyas que no puede llevarse siquiera una infinitésima parte del botín. Y cambia constantemente de rumbo, cogiendo eternamente objetos preciosos que son eventualmente sustituidos por otros más brillantes, más grandes, más valiosos, más deseables. Y así pasa el tiempo. Y el cuerpo se agota de tanta abundancia. De tanta apertura a la posibilidad. El presente de nuestros ancestros ha sido eclipsado por un futuro enorme que nos absorbe. Todo es posible. El individuo puede ser cualquier cosa, si se lo propone, pero no es nada, porque no consuma su ser-en-este-tiempo.
Gustavo Diex
Director de Investigación en Ancla
Director del Instituto Nirakara
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Recomiendo absolutamente este vídeo!1
https://www.ted.com/talks/barry_schwartz_the_paradox_of_choice
Gracias Gustavo, has hecho un excelente resumen de uno de los "dramas", y a la vez posibilidad, del ser humano del siglo XXI.
Las preguntas que me surgen son: ¿Vivimos el presente aceptando (ojo que aceptar no significa estar de acuerdo) tanto los momentos como los desagradables?
O, ¿Vivimos diseñando un futuro diferente a nuestra realidad actual?.
O, mejor aun, ¿Vivimos aceptando nuestro presente y a la vez diseñando el futuro que queremos?. Considero que ambas acciones pueden coexistir.