Conozco y trato a muchos emprendedores atascados en decisiones que les resultan imposibles de tomar. La más dura es la que supone cerrar la empresa, lo cual es inasumible para ellos. ¿Qué les voy a decir a mis trabajadores, a mis inversores, a mis clientes? ¿Cómo voy a sacar adelante a mi familia? ¿Qué va a pasar con mi reputación? Son algunas de las preguntas sin respuesta que les atormentan y les impiden avanzar.
¿Qué emprendedor no conoce la zozobra y la tensión que aparecen en momentos de inestabilidad de su empresa? ¿Quién no se ha quedado noches sin dormir dándole vueltas a los problemas como en un bucle? ¿Cuántos nos hemos trabado una y otra vez intentando prolongar situaciones sin sentido?
Qué la vida del emprendedor está llena de tormentas y dificultades es algo bien sabido, pero lo que marca la diferencia es cómo se enfrenta cada uno a ellas. Los momentos críticos requieren claridad de ideas, firmeza y, sobre todo, saber tomar decisiones.
La crisis es el estado que se vive ante una decisión. Son momentos en que no se sabe qué elegir. Se sopesan las opciones y se siente la incertidumbre. Cuando nos vemos en este estado nos sentimos perdidos, no vemos salida. Ninguna opción encaja del todo. No sabemos qué pensar, cómo actuar ni cómo salir de ahí. Es una situación difícil, un momento de cambio importante cuya superación implica tomar decisiones y asumir con responsabilidad las consecuencias. La crisis está relacionada con una dificultad para ejercer la libertad. La indecisión bloquea las facultades del espíritu humano; se entienden mal las cosas, flaquea la voluntad y desaparece la creatividad.
Las crisis forman parte de la vida y del proceso de crecimiento y desarrollo de todos nosotros. Es necesario vivirlas y superarlas para crecer y madurar. Es cierto que siempre entrañan un riesgo, una inestabilidad, son un punto de inflexión en el destino que es inherente a la condición humana. Pero el verdadero peligro de una crisis es prolongarla indefinidamente sin resolverla. En tales casos, uno se ve encasillado y sometido a una presión creciente. Es una olla exprés que amenaza con estallar. Esta situación puede llegar a provocar una ruptura en la personalidad de forma que las diferentes opciones, a veces incompatibles, se vivan de forma fragmentada. Es un estado patológico que a la larga puede derivar en una psicosis.
Mantener la indecisión en la crisis suele estar vinculado a una actitud de aferrarse a opiniones equivocadas. Quedarse estancado ante cambios inesperados significa que uno no está muy dispuesto a plantearse opciones nuevas. Quizá porque falta valentía y confianza en uno mismo para enfrentarse a ellas o por la inmadurez de no estar dispuesto a renunciar a cosas. La persona lo quiere todo, lo antiguo y lo nuevo al mismo tiempo. Pero esto suele ser imposible e impide que se resuelva el estado de crisis.
Al final, las crisis no resueltas afectan todos los aspectos de la vida de una persona. No se pueden aislar. Una crisis en la empresa afecta a la familia y una crisis de pareja también repercute en la empresa. Por eso es preciso hacerles frente antes que nos desborden. Cuando se toma una decisión y se está dispuesto a asumir las consecuencias, desaparece la crisis y se empieza a regir bien de nuevo. El panorama será distinto, habrá que dejar atrás cosas, pero ya no habrá tensión y se volverán a ver las cosas claras.
Francisco Llorente | Psicólogo Profundo
www.centroanthropos.es
No te puedes poner el abrigo nuevo encima del viejo.