¿Qué tiene que ver la comida con la mente y las emociones?
Una de las cosas más fascinantes en torno a la comida, es cómo modula nuestro estado de ánimo en cuestión de segundos. Es sorprendente cómo un plato bien cocinado tiene la capacidad de sacar una sonrisa, recuperar un estado de quietud o de lo contrario enfadarnos si lo que hay en el plato nos disgusta.
Comer de una forma equilibrada tiene que ver con aprender a manejar las emociones. Así es, cada emoción es un mensajero que trae una señal y camuflarla con comida suele ser habitual pero no aconsejable. Cada emoción genera una energía diferente, al igual que los alimentos, teniendo la capacidad de darnos o restarnos energía.
Sólo hay que ponerse en situación, recordemos qué es lo que pasaba cuando llegaba la llamada de esa persona tan especial… En lo último que pensabas era en comer. El estómago se cierra porque toda la atención está puesta en ese momento. Y al contrario, cuando algo nos disgusta buscamos la forma de evadirnos de esos pensamientos y emociones desagradables dirigiendo la atención a los placeres sensoriales que, muchas veces, acaba siendo la satisfacción de un estómago lleno.
El cuerpo, tarde o temprano, responde a los cuidados pero a la cabeza le va la marcha y juega a tirar de archivos inesperados para resistirse a ciertos cambios de hábitos. Está acostumbrada a llevar la voz cantante y tiene sus propios vicios. Quizá le damos demasiado poder, pero es un hecho y, junto con las emociones, lidera gran parte de las decisiones a la hora de comer.
Ya lo hemos visto mil veces, el cerebro se resiste a empezar cualquier cosa, busca excusas, retrasa el momento: planes, proyectos, llamadas, hábitos, entrenamientos, dietas... Y es que lo más difícil es empezar, tan simple como eso, empezar.
Sin embargo, está comprobado que una vez empezamos una actividad, la mente experimenta una especie de ansiedad hasta que terminamos lo que estamos haciendo, al cerebro no le gusta dejar las cosas a medias. Lo aplica tanto para leer un libro como para terminarse una bolsa de patatas fritas.
Últimamente se habla mucho de la estrecha conexión entre intestino y cerebro, y de cómo la microbiota bacteriana influye directamente en los niveles de serotonina, los neurotransmisores responsables de nuestra felicidad1. Lo que nos lleva a pensar que esta relación se beneficia o perjudica en ambas direcciones: una alimentación respetuosa con la microbiota nos da equilibrio y tranquilidad, así como una mente ordenada nos facilita un comportamiento amable con la comida; mientras que una flora intestinal alterada nos conducirá a comportamientos desequilibrados y situaciones de desajustes para nuestra salud.
Tener constancia de esta relación es un primer paso importante a la hora de atender algunos cambios.
Lo natural es que al terminar de comer nos sintamos mucho mejor que antes de empezar, no sólo por haber apaciguado la sensación física de vacío de estómago y haber hidratado y nutrido el cuerpo, si no por la sensación de placer para todos los sentidos.
Reconozcamos que comer lo que a uno le gusta estimula los sentidos, y no sólo eso, además hace que por unos segundos se pare el tiempo y la atención se concentre en ese aroma o sabor placentero.
Pero por alguna razón no sentimos morriña por los platos de comida rápida que alguna vez tomamos en la calle, o ese plato precocinado para microondas con envase prometedor, que estuvo repitiéndose en el estómago dos días después. El recuerdo más reconfortante y alegre viene de esas comidas cocinadas con mimo y atención, que además de ser sabrosas, se digieren bien y evocan un momento de satisfacción. Y eso normalmente tiene que ver con los ingredientes más naturales y fáciles de reconocer por nuestro organismo, así como con los sistemas de cocción más tradicionales.
Recordemos que el factor que más favorece estados anímicos bajos es el consumo de azúcares refinados, es decir, azúcar blanco y sus derivados (chocolate, bollos, productos de repostería, refrescos, helados, fruta tropical en exceso…). Generalmente, el consumo de azúcar suele tener unos altibajos importantes tanto desde el punto de vista emocional como energético.
Aprender a desarrollar una buena relación con el principal combustible del organismo, es una asignatura pendiente en nuestra sociedad, y de ello depende en gran parte nuestro rendimiento físico y mental, así como nuestro equilibrio emocional.